lunes, 22 de mayo de 2017

Cien palabras y una historia (IX)



Microrrelatos de cien palabras máximo, excluido el título, que deben comenzar forzosamente con la frase señalada en azul.

Una promesa cumplida

En el lugar más recóndito de la isla, al fondo del hermosísimo acantilado que anunciaban los folletos publicitarios, yacían los dos cuerpos sin vida enredados como madeja deshecha. Unas vacaciones largamente planeadas y deseadas que acabaron en tragedia, pero no por azar. Habían esperado demasiado para ser felices en aquellos parajes de ensueño y acabaron por convertirlos en la ocasión perfecta para deshacerse del otro sin consecuencias.

El destino que los condujo hasta allí buscando protección de miradas indiscretas y delatoras, fue también el destino que se revolvió contra ellos y selló su unión para siempre, tal y como habían prometido muchos años atrás sobre un altar.

Cumpleaños en familia

Cerró los ojos y sopló las velas mientras formulaba su deseo. “No más de seis meses”, le habían asegurado los médicos, así que con toda probabilidad aquella sería su última fiesta de cumpleaños.

Siempre había sido un hombre práctico, pero en las actuales circunstancias un sentimentalismo desconocido le invadía. Por eso los reunió a todos a su mesa, comieron tarta y aceptó absurdos regalos que no tendría ocasión de disfrutar.
Después brindaron y procedió a repartir el control de las diferentes zonas de la ciudad. Si su deseo se veía cumplido no habría una sangrienta lucha por el poder tras su marcha.

“La familia” era lo primero.

La calma tras la tormenta

Se asomó sola por la escotilla para ver amanecer. Era la mejor alternativa si quería zafarse, aunque fuera momentáneamente, del desastre que dejaba a su espalda.

Con esfuerzo consiguió tranquilizarse, recuperar el aliento de nuevo, y mientras examinaba sus manos manchadas a la incipiente luz del día, meditó sobre el curioso transcurrir de los acontecimientos. Habían embarcado en aquel crucero de lujo para tratar de unir los pedazos rotos de su matrimonio y ahora lo que estaba roto en pedazos era el cuerpo de su marido.

Si al menos su psiquiatra le hubiera advertido de que los vientos de alta mar podían agudizar su trastorno, quizás todo sería diferente. 

Julia C.

 

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