martes, 31 de mayo de 2016

La verdad




Siempre me dice la verdad, como si yo realmente quisiera saberla, como si estuviera seguro de que puedo encajarla. ¿Quién demonios le ha pedido sinceridad absoluta? Pero el caso es que siempre me dice la verdad…

La primera vez que le pregunté por qué estaba volviendo tan tarde a casa en las últimas semanas lo hice casi sin pensar, más por cortesía que por interés. Realmente no me importaba lo más mínimo, sobre todo porque empezaba a acostumbrarme y me gustaba. Resultaba muy relajante volver a casa después de un largo día de trabajo, cansada, y encontrarme la casa vacía y en silencio. Supongo que ya estábamos en esa fase del matrimonio en la que se aspira al mutuo respeto, la cordialidad, y poco más.

Me contestó apoyado con displicencia en el quicio de la puerta, el gesto relajado y una sonrisa que yo nunca antes había visto en su cara: “Estoy espiando a alguien, una mujer, y a veces se retrasa”. Apuesto a que esperaba una nueva pregunta por mi parte, alguna reacción, quizás un reproche por el mal gusto de la broma. Pero lo dejé correr; estaba segura de que era una estupidez para llamar mi atención y yo solo quería seguir hojeando mi revista y acabarme la copa de vino en paz. El tampoco añadió nada más; esperó unos segundos y después giró sobre sus talones para ir a tomar su acostumbrada ducha. Incluso me pareció que silbaba mientras se dirigía al dormitorio.

Sin embargo los retrasos continuaron durante los días siguientes y yo no podía quitarme de la cabeza ni aquella sonrisa un punto siniestra ni sus palabras. Seguro que no había motivos para preocuparse; Luis era un poco introvertido a veces, algunos le consideraban “rarito” en su época de universidad, lo habitual por otra parte con la situación familiar que tenía en casa, pero ni mucho menos era capaz de hacer algo tan horrible como acosar a una mujer. ¿Una desconocida o alguien de nuestro círculo? ¿Para qué la espiaba exactamente? ¿Sería más guapa y más interesante que yo? Imposible evitar que mi imaginación continuara viaje por su cuenta sin billete de vuelta.

Al poco encontré en el cesto de la ropa sucia un pasamontañas negro, de esos que llevan agujeros para los ojos, la boca y la nariz. El hallazgo me sobresaltó porque yo nunca había visto aquella prenda en casa, y según mi costumbre fui a preguntarle qué era aquello. No evitó mirarme de frente, al contrario, y no trató tampoco de inventar una excusa. Yo diría que casi esperaba aquel momento con interés.

Ya te lo dije, no querrás que vaya a cara descubierta, ¿verdad? Estoy tomando precauciones, cariño, no nos conviene que me reconozcan Parecía bucear en mis sorprendidos ojos como buscando algo, pero no sabría decir qué. ¿Aprobación quizás?

¿De qué demonios estás hablando? ¡No tiene ninguna gracia! Mi voz sonó mucho más aguda de lo que en realidad es.

“Para lo bueno y para lo malo, en la salud y en la enfermedad”, ¿recuerdas? Tú querías matrimonio. Yo me hubiera conformado con vivir contigo, pero ahora me alegro de que me convencieras.

Después me besó en la frente con dulzura, como antaño, demorándose en el contacto de sus labios con mi piel, y aunque rozó apenas mi cintura con su mano tibia, pude sentirla como si estuviera al rojo. Un escalofrío extraño pero en absoluto desagradable me recorrió la espalda. Era lo más intenso que había sentido en mucho tiempo.

Nos vemos a la noche, Nena. Hoy hago yo la cena.

Y allí me quedé, con el vello erizado y sin poder articular palabra. No sé muy bien por qué lo hice, pero el caso es que lavé el pasamontañas al borde de la excitación y lo dejé en su cajón, cuidadosamente doblado, con el resto de la ropa limpia.

¿Quién era aquel nuevo Luis que se había mudado a vivir conmigo? ¿Y quién empezaba a ser yo?

De todas aquellas dudas e incertidumbres, hoy totalmente despejadas, ya ha pasado un tiempo. Por fortuna hemos sabido dar los pasos, lentos pero con seguridad, que nos han conducido hasta aquí. Nuevamente cómplices, nuevamente enamorados, diciendo siempre la verdad.

Es una gran ocasión. La hemos traído a una pequeña cabaña de alquiler en lo más escondido del bosque. No sabemos aún a qué vamos a jugar con ella, pero tenemos muchas ideas. Para empezar la hemos amordazado y hemos inmovilizado con bridas sus manos y sus pies, que ya lucen con incipientes y hermosas heridas por el frote y la excesiva presión. Apenas parece la misma mujer que tras la mesa de su despacho, investida con su todopoderosa bata blanca, nos dijo dos años atrás que la enfermedad psiquiátrica de Melisa, la madre de Luis, podía ser hereditaria. ¡Menuda zorra! Ya no llora, creo que no le quedan más lágrimas, solo tiembla.

Y no, en absoluto es más guapa ni más interesante que yo…

Julia C. 

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lunes, 23 de mayo de 2016

Los refranes de mi vida: Chelo



Ya estoy aquí de nuevo con una entrega más de la sección “Los refranes de mi vida”. En esta ocasión me visita como desinteresada colaboradora Chelo, una bloguera de las que no hacen mucho ruido dada su natural modestia y discreción, pero que es todo un volcán de expresividad y entusiasmo apenas la conoces un poco.

Ella administra una estupenda bitácora que a mí siempre me ha recordado al salón de mi casa por lo que me hace sentir. El suyo, llamado "El blog de Chelo", es un lugar virtual cálido, colorido, entrañable, donde todo el mundo es bien recibido y donde ella sabe ser la anfitriona perfecta, regalando sonrisas, buen rollo y deliciosos textos a todo el que se acerca.

Si tuviera que explicar sobre qué escribe no lo dudaría, creo que escribe sobre todo lo que le gusta, le impresiona o le sucede. Nada de etiquetas, jamás sabrás qué vas a encontrar cuando te diriges a su casa para pasar un ratito con ella. Anécdotas, reflexiones, ocurrencias, reseñas de cine, viajes, poemas… todo lo que cabe en un corazón que se emociona fácilmente, cabe también en su blog.

Además debo añadir algo que descubrí poco después de frecuentarla, y es que tiene un don: ella sabe contagiar sentimientos usando solo las palabras. Se lo he dicho muchas veces, me maravilla su forma de desprender energía y positividad. No os exagero, es un lujo de bloguera y de compañera que no podéis dejar de descubrir.

Y sí, ya me callo para dejarla hablar a ella. Solo me queda decirle ¡muchas gracias, Chelo!

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En mi casa nunca han sido muy refraneros. Si acaso, el que más refranes usa, es mi padre, y no porque el hombre sepa muchos, sino porque los dos o tres que usa los repite infinidad de veces.


El que tenemos grabado a fuego, tanto mis hermanos como yo, es:

"El que se levanta tarde, ni oye misa ni come carne"

Cuando éramos jóvenes y aún vivíamos todos en casa, solíamos salir los sábados por la noche; pero ya podíamos acostarnos tarde que en domingo siempre nos levantábamos a la hora de comer (aunque no comiéramos).
Con una mano sujetábamos el cubierto y con la otra, teniendo el codo apoyado en la mesa, sujetábamos nuestra cabeza con una terrible desgana, mientras nuestro padre solía repetir ese refrán no una ni dos veces... ¡hay que ver qué poca compasión nos tenía!

La verdad es que él, mi padre, siempre ha sido hombre de pocos 'dimes y diretes', y nada dado a airear asuntos familiares.

Por eso cuando alguien llega a casa diciendo "me he enterado que Fulanito...", siempre dice en valenciano y con el mismo tono:

"Cada u en sa casa, sap on se penja el cresol"=
"Cada uno en su casa, sabe dónde se cuelga el candil"

queriendo decir con ello que cada casa es un mundo y las interioridades de cada casa, sólo las saben (o, más bien, deberían saberlas) los que en ella viven.

Pero si hay algún refrán que yo sigo a rajatabla es el único que le escuché decir a mi abuelo mientras vivió, y es éste:

"Hasta el 40 de mayo, no te quites el sayo",

Ya puede caer un sol de mil demonios o bañarse la gente en la playa que a mí, a fecha de hoy, me queda más de un mes para ir en mangas de camisa, que no para meterme "en camisa de once varas". 
   


jueves, 19 de mayo de 2016

Malena es nombre de mujer (XIX)



Habían pasado ya algunos meses desde que sucedió todo, pero Malena continuaba creyendo que jamás se recuperaría. Un voraz y terrible agujero se había abierto en su corazón, quizás uno antiguo que creía cerrado, y no había cabida alguna para la esperanza o la luz en su interior.

Al principio se sintió unida a Tonio en su honda pena, la compartía con él a la espera de que apareciera su pequeña; se apoyaban mutuamente e incluso se mudó a vivir a su casa para conocer más rápidamente las noticias si se producía alguna novedad. Pero después, cuando todo hubo terminado y no quedaba nada más que esperar, su presencia solo conseguía provocarle un rugiente tornado de ira. Le echaba en cara, y con razón, que si no se hubiese acostado con Gloria nada de todo aquello habría sucedido. La pobre chica seguramente aún seguiría viva y su hija Elisa, su querido y pequeño tesoro, podría descansar acunada entre sus brazos cada noche.

Más de una vez le abofeteó en sus frecuentes accesos de desesperación, e incluso le dejó una profunda marca en la cara al lanzarse contra él empuñando un cuchillo de cocina. Estaba fuera de todo control y Tonio, que también lidiaba con la pena más profunda que hubiera conocido nunca, no sabía qué hacer para ayudarla. Lo que sí tenía claro es que prefría verla furiosa, dando gritos y maldiciendo, exteriorizando su dolor al fin y al cabo, que en ese otro estado en el que entraba alternativamente con la agitación. En esos otros momentos parecía como si de repente se extinguiera todo deseo de vivir en ella, permaneciendo por días abrazada a sí misma, mirando al vacío y balanceándose como una incansable mecedora humana.

Quedaban definitivamente descartadas las posibilidades de una reconciliación y parecía que lo mejor, lo único que podían hacer, era poner distancia entre ellos. Así lo aconsejó el médico que Jonás, solícito y solidario con la pareja en todo momento, les envió. Incluso se encargó de contratar a una acompañante titulada en enfermería que supervisara a la “paciente” hasta que se recuperara. Malena no soportaba ver ni a Jonás ni a Tonio, pero transigió con una extraña que no traía ningún recuerdo doloroso a su memoria; ambas se instalaron en su antiguo apartamento y se dispusieron a capear el temporal.

Hicieron falta una buena dosis de paciencia y muchas cajas de tranquilizantes hasta que Malena, poco a poco, volvió a parecer una persona normal. 


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Tonio solo se permitió derrumbarse cuando Malena estuvo lejos de él. No sabía que su entereza daba a la mujer la falsa idea de que soportaba bien la muerte de su hija, de que apenas le importaba, y añadía más leña al fuego de su desprecio. En cualquier caso cuando se quedó solo lloró durante días y bebió como nunca lo había hecho en su vida; solo los ratos de inconsciencia etílica le ofrecían un poco de paz.

La pérdida de Elisa le dolía como un hierro al rojo instalado en su pecho, pero no menos terrible era que Marcos le hubiera traicionado así. ¿De verdad todo aquello lo había provocado él con su escarceo amoroso de una noche? ¿De verdad que aquellas horas pasadas con Gloria en la intimidad habían desembocado en semejante catástrofe? No importaba lo que nadie le dijera, él pensaba que sí y se sentía el hombre más miserable de la tierra.

Por momentos Jonás estuvo verdaderamente preocupado por él, al fin y al cabo era su hijo. Incluso llegó a “perdonarle” de corazón que se hubiera opuesto torpe y tozudamente a sus planes y le ayudó en lo que pudo. Confiaba en que fuera lo bastante fuerte para sobreponerse porque si no incluso él habría tenido que sentir remordimientos, y eso no entraba en sus planes.

Pero no llegó la sangre al río y la naturaleza luchadora de Tonio le instó a levantarse de nuevo y a continuar viviendo, aunque fuera sin su hija y sin Malena. Volvió a los negocios y utilizó el trabajo como terapia, pero esta vez no buscó socios, sino simplemente asalariados, secuaces. Se prometió a sí mismo que nunca más se daría el lujo de entregar su afecto ni aceptarlo de los que trabajaban con él. Se propuso ser y acabó siendo un mero jefe para todos los que le rodeaban, bastante más duro e inflexible de lo que solía. Algunos incluso empezaron a temerle.

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Malena ya había estado decepcionada de la vida otras veces; no podía decirse que su existencia hubiera sido ni fácil ni amable salvo en un periodo muy concreto de su vida. Por eso, cuando pudo articular pensamientos lógicos de nuevo, llegó a la conclusión de que había sido culpa de ella por confiarse, por pensar que su sino podía torcerse hacia la felicidad.

Se rehizo como pudo después de su terrible duelo pero no se reinventó, sino que más bien volvió a ser lo que ya había sido en otro tiempo. Estaba convencida de que solo una mujer implacable que maneja bien las armas de las que dispone, es capaz de sobrevivir a un destino como el suyo. Sí, saldría adelante y pisaría, utilizaría o engañaría a quien hiciese falta para lograrlo. Seguía siendo guapa y seguía teniendo buen cuerpo, volvería a hacer de los hombres los peldaños de su escalera hacia arriba. Además ahora iba más ligera de equipaje pues no tenía corazón que la pudiera lastrar.


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Jonás miraba complacido cómo la pequeña desenvolvía y exploraba sus nuevos juguetes sobre la alfombra. Parecía una niña inteligente y, desde luego, estaba siendo bien educada: no sabía hablar y él creía que ya había querido darle las gracias por sus regalos. Una sonrisa aligeró momentáneamente lo profundo de sus arrugas ante aquel pensamiento. Aún era pronto para saberlo pero seguro que Elisa, además, sería tan hermosa como su madre. Al menos ese mérito estaba dispuesto a concedérselo a Malena. 

Había sido un largo viaje hasta allí y estaba fatigado, de hecho últimamente se sentía más cansado de lo normal ante cualquier esfuerzo. Llamó a Leonor, la señora que se hacía cargo de la niña, y la felicitó por la buena marcha de las cosas. Luego le pidió que se quedara al cuidado de su nieta y se retiró a descansar. Necesitaba un rato de reposo antes del almuerzo.

Julia C.

Y así es como llegamos al inicio de todo, allá por el capítulo uno, que quizás muchos ya no recordéis. Después de un largo recorrido por fin asistimos al presente de Malena.

Habrá más, aún quedan muchos acontecimientos en los que acompañar a la protagonista, pero será más adelante. Yo, por mi parte, me tomo un descanso :))

¡Mil gracias a tod@s los que habéis seguido la historia hasta aquí y la habéis hecho posible con vuestros ánimos y comentarios! Nos vemos en la parte dos... si vosotros queréis.


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Fecha 19-may-2016 19:10 UTC
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martes, 17 de mayo de 2016

Cien palabras y una historia (V)



Microrrelatos de cien palabras máximo que deben comenzar forzosamente con la frase señalada en azul.

Cartas para ella


Deja unos puntos suspensivos al final de sus misivas en cada ocasión. Piensa que así Ella comprenderá todo lo que él no acierta a decirle, todos los argumentos que no encuentra para darle.

Son ya varios años de intentar ablandar su férrea voluntad, de intentar hacerla su cómplice en el camino a la liberación. Pero escribe solo con el pensamiento, su cuerpo paralizado de cabeza para abajo ni para eso le sirve.

Sin sellos ni tinta, solo un grito mudo tras otro lanzado a la Muerte con la esperanza de que venga pronto a rescatarlo.

Julia C.


Todo bajo control

El día que una ola salte más de lo convenido en su Universo perfectamente calculado, todo se le vendrá abajo. Pero no piensa consentirlo.

Es inflexible, es maniático, es calculador y es un ansioso de manual de psiquiatría. Pero también ellos se enamoran y Rosalinda está incrustada en sus pensamientos desde hace un tiempo.

Ha decidido que va a declararse, que ha llegado su momento para el amor, y por si algo saliera mal, está haciendo todos los preparativos necesarios. Un lugar apartado al que llevarla, bridas para inmovilizarle pies y manos, maquillaje para pintarle la sonrisa que él ha soñado.

Serán muy felices juntos, tiene que ser así…

Julia C.


Amores más allá del tiempo


Acuérdate de lanzar mis cenizas al mar para poder volver a ti siempre que te sumerjas en lo salado de las aguas...

Acariciaré tus tobillos a cada ola, como cuando esperabas a nuestro hijo y me pedías con mimo masajes para tu cansancio.

Treparé por tu cuerpo con habilidad de muerto, como cuando me seducías con tu coquetería de gata humana.

Besaré avaro tus labios, como cuando me sentía morir de deseo por las curvas de tu boca.

Lavaré de nuevo tu cabello para que lo dejes secar al sol, como siempre, aunque éste sea otro sol.

Acuérdate para que yo pueda olvidar que no estoy vivo.

Julia C.

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Fecha 17-may-2016 9:50 UTC
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jueves, 12 de mayo de 2016

Los refranes de mi vida: mi niñez



En esta ocasión y con vuestro permiso, me he autoinvitado a participar en mi propia sección. Confieso que me he “colado” por delante de algunas compañeras que amablemente ya me habían enviado “los refranes de su vida”, pero es que está siendo tanta vuestra generosidad (mil gracias) que a este paso no voy a escribir yo ninguna entrada, y me parece un poco abusivo por mi parte.

Así pues me he puesto manos a la obra para bucear entre recuerdos y dichos populares de mi infancia. No lo he hecho sola, he tenido la ayuda de mis padres, a quienes les encargué que me confeccionaran una lista (confieso que también pretendía que fuera un pequeño incentivo para ellos, ya que están muy mayores y no les viene nada mal hacer un poquito de memoria, sobre todo si es sobre cosas agradables). Qué ilusión les hizo y qué manera de contagiármela. Mi madre, desgraciadamente, apenas ve, pero mi padre tomó de inmediato un folio y fue apuntando los que ella le dictaba y los que él mismo recordaba. Siempre han sido los dos muy refraneros, así que me han dado material de sobra.

Quizás deba explicar que yo solo puedo ver a mis padres una vez al mes, cuando me desplazo a Granada, y que por eso les encargué esta tarea por teléfono. Cuando al cabo pude recoger “su trabajo” me dieron orgullosos dos folios por las dos caras y un montón de explicaciones que me encantó escuchar. Muchos de ellos yo misma los tenía asimilados de oírlos de su boca, pero otros los había olvidado o pertenecían a sus propios recuerdos de niñez y familiares. Aún ahora me emociono al pensarlo porque pasamos un rato estupendo, parecían dos críos compitiendo por ver quién tenía el mejor refrán. Esto hace que esté más contenta aún, si cabe, de haber iniciado esta sección.


 Bueno, entremos en materia que me voy por las ramas. Aquí van algunos de los refranes de mi vida.


“Cabeza loca no quiere toca”

Cuando yo era niña era bastante movidita, al parecer, y no me gustaba mucho que me pusieran alhajitas ni adornos en el pelo. En cierta ocasión mi madre le encargó a una de mis hermanas mayores que me pusiera unos pendientes para ir a no sé qué celebración, pero yo parecía más un caballo encabritado que una niña. Al final mi pobre hermana desistió y le devolvió a mi madre los pendientes. Ella los miró, luego me miró a mí y dijo con gesto contrariado: “no se puede con esta niña, cabeza loca no quiere toca”. Yo no estaba muy segura de lo que aquello significaba, pero decidí portarme mejor porque el ambiente se estaba caldeando y no pintaba bien para mí.

“Caballo grande ande o no ande”

Este refrán me lo dijo en más de una ocasión mi padre, porque yo siempre he sido muy “grandona”. Recuerdo que en las fotos de grupo del cole más que una compañera parecía la madre de las otras niñas; les sacaba la cabeza casi entera y abultaba como dos de ellas juntas. A mí aquello me daba complejo. Entonces mi padre, supongo que para consolarme aunque con dudoso tacto, me decía eso. Y yo tan satisfecha, qué infeliz.

“Al que quiera saber, embustes con él”

Cuando éramos crías mis tres hermanas y yo, había una portera en el edificio que, haciendo honor a su profesión, gustaba de saberlo todo sobre todos, le incumbiera o no. Con mis padres, que siempre han sido muy discretos y poco amigos de chismorreos, no se atrevía, pero a las niñas nos preparaba “encerronas”. Nos abría la puerta del ascensor, nos dejaba entrar, y luego ella se colocaba delante y con la puerta sujeta, de forma que no había escapatoria posible. Es entonces cuando nos sometía al tercer grado y nos preguntaba a placer. Una vez lo estábamos comentando en la mesa y mi padre, con total naturalidad, entre cucharada y cucharada, soltó la sentencia. Nos dio mucha risa y, desde ese momento, nos sentimos autorizadas a “fantasear” ante las preguntas de la portera. Le contábamos cada disparate… pero conseguimos que dejara de meterse en nuestros asuntos. Supongo que ya no le compensaba, ji, ji.

“Muchas manos en un plato, pronto tocan a rebato”

En casa, como ya he comentado, éramos cuatro hermanas y no siempre era fácil que nos portáramos bien y ayudáramos. Cuando había que hacer alguna tarea de limpieza grande que nos daba pereza y andábamos remoloneando por la casa, mi madre nos animaba con esta positiva sentencia. Luego tardábamos lo que tuviéramos que tardar, pero la carga nos parecía más ligera ante la perspectiva de un trabajo en equipo. 

“Mucho te quiero perrito, pero pan poquito”

Este refrán es de mi madre también y me hace mucha gracia porque lo encuentro tierno (será por los diminutivos) pero bastante “afilado”. Viene a significar que a veces decimos querer mucho a alguien, o ser muy buenos amigos suyos, pero luego no somos capaces de hacer nada por él. Ella nos lo decía con cierto tonillo que pretendía parecer dolido cuando, después de haber estado muy “amorosas” y decirle lo mucho que la queríamos entre mimos y besos, luego no obedecíamos ni de broma. Creo que pretendía crearnos un poco de cargo de conciencia, y el caso es que de vez en cuando hasta funcionaba.

Aún me quedan muchos más refranes, muchos más recuerdos y muchas más sonrisas ligadas a éstos, pero serán para otra ocasión.

Terminaré con uno que le decía a mi madre un tío suyo cuando pretendía meter baza, sin ser invitada, en las conversaciones de los adultos. Tiene que ver, pues, con tener la boquita cerrada:

“Las niñas hablan cuando las gallinas mean”

O sea, nunca.

Yo no soy una niña, no, pero tomo nota y ya me callo…

Julia C. 

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lunes, 9 de mayo de 2016

Malena es nombre de mujer (XVIII)



A pesar de sus esfuerzos por hacer hablar a Marcos la conversación estaba resultando muy poco fluida. El se empeñaba tozudamente en remover un café que hacía rato se había enfriado y ni siquiera probó la generosa porción de tarta que Malena le había servido. De vez en cuando asentía, añadía algún monosílabo como respuesta al discurso de su anfitriona y se quedaba mirándola como si nunca la hubiera visto, con una mezcla de curiosidad y verdadero arrobo. Malena estaba acostumbrada desde muy joven a interpretar las miradas de los hombres y aquellas de su amigo, por primera vez intensas, que parecían clavarse en sus ojos o que recorrían su cuerpo sin disimulo como lava caliente, empezaban a preocuparla.

Intentó interesarle por los pequeños progresos de Elisa, que desde su capazo intervenía en la conversación a su modo, con pequeños gorjeos y pataleos de piernas al aire. Marcos apenas si la miraba; quedaba claro que el tema no le importaba lo más mínimo. Cuando Malena ya lo daba todo por perdido y apenas si le quedaban cosas en común sobre las que charlar, el joven se bebió el café de un trago, con brusquedad, la encaró y le preguntó si echaba de menos a su hermana Gloria. Todas las alarmas de Malena se pusieran al rojo vivo.

Intentó ganar tiempo y le dijo que enseguida hablarían del tema, pero que antes tenía que darle su biberón a la pequeña. El no añadió nada y se dispuso a esperar pacientemente, observando cada movimiento de la joven madre sin perder detalle y sin discreción alguna. Estaba claro que no se daría por vencido ni dejaría su pregunta sin respuesta.

Cuando Malena volvió del dormitorio de dejar a su hija durmiendo, encontró a Marcos de pie en el centro de la habitación; la aguardaba. Apenas la vio aparecer se acercó a ella, tanto que podía oler su aftershave mezclado con el alcohol de su aliento. Sintió un instante de miedo, pero luego se sobrepuso pensando que su amigo necesitaba confianza y no recelos. Procuró que no disminuyera aún más la escasa distancia entre ellos y, apoyando la mano sobre su hombro, lo invitó a sentarse de nuevo. Para entonces Marcos ya no escuchaba más que sus voces interiores y tomando a Malena por la cintura inesperadamente le dijo al fin lo que andaba pensando toda la tarde. “Tú puedes evitarlo todo, yo no quiero tener que hacerlo. Quédate conmigo, sabes que puedo cuidar de ti mejor que Tonio y también que me haré cargo de la mocosa. Por favor, si tú me quieres lo demás no importará, nos iremos lejos, ambos empezaremos de nuevo y dejaremos atrás esta vida terrible que nos ha tocado vivir.”

Malena no daba crédito a lo que estaba oyendo, la extraña declaración de Marcos la pilló totalmente por sorpresa. ¿La mocosa era su querida hija? ¿así se refería a ella? ¿dejar de hacer qué?. Todas esas cuestiones giraban en vertiginosas espirales en la mente de la joven impidiéndole reaccionar, hasta que sintió el abrazo cerrado de Marcos en torno a su cuerpo y un beso rudo y a traición en sus labios. Tenía miedo de él, pero también de alterarle más de lo que ya estaba y no se atrevió a rechazarle. Contuvo la respiración unos instantes de verdadero pánico y después fingió ternura y aceptación de sus palabras. Con mano temblorosa acarició su anguloso rostro e intentó sonreír.

“Está bien, Marcos, hablemos de nuestro futuro. Voy un momento al baño, vuelvo enseguida”.

Aquella decisión la haría llorar tiempo después hasta no tener más lágrimas porque cuando regresó al cabo de unos instantes, algo más tranquila y con una vaga idea de cómo encauzar la situación, ni Marcos ni Elisa estaban ya en el apartamento. Muchas noches soñaría con el zapatito de su hija tirado en el suelo del pequeño recibidor y la cuna vacía. 


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Apenas si tuvo unos minutos para tomar la decisión y, aunque le dolió en lo más hondo e hizo mayor el abismo que lo devoraba por dentro, Marcos tuvo que aceptar que Malena solo estaba interpretando un papel y que en realidad no le quería. Lo vio en sus ojos después de besarla: era miedo y no ternura lo que había en ellos.

Muy bien, si es lo que quería, así sería. Se atendría al plan trazado con Jonás y pasaría los días más terribles de su vida hasta que le devolviera a su hija. Después desaparecería para siempre y empezaría de nuevo lejos de aquel barrio que había sido su hogar tantos años pero que tan terribles recuerdos le traía. Maldita la hora en que aceptó tratos con Tonio para salvar su negocio y cruzó su camino con el suyo y con el de aquella mujer. Pero ya no más.  

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La noticia ocupó la portada de los periódicos locales durante unos días y después, como suele suceder, perdió interés para periodistas y público en general. La vida seguía, o eso suele decirse, pero no para todos por igual. Solo a los afectados les seguía doliendo tanto que apenas si podían respirar. Los padres de la pequeña, y especialmente Malena, hacían verdaderos equilibrios para conservar la cordura en su desesperación; ya nada tenía sentido para ellos, estaban rotos por dentro.

Algún tiempo después y ante lo que parecían indicar todas las evidencias, la policía dio por cerrado el caso; ellos, impotentes, tuvieron que resignarse a dar sepultura a un ataúd vacío.

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A Jonás no le costó demasiado tomar la decisión porque no podía permitirse dejar cabos sueltos o que tiempo después y debido a la debilidad de un muchacho indeciso, todos sus planes se vieran malogrados. Había puesto toda esperanza de futuro en esa niña, su heredera, y la quería para sí. Marcos no era más que un cabo suelto que debía desaparecer para siempre.

Sus hombres se encargaron del asunto bajo detalladas instrucciones y apareció muerto en un coche incendiado a las afueras. Desgraciadamente tuvo un accidente durante su huída tras raptar a la pequeña Elisa y ambos perecieron. Lo más complicado fue encontrar un cadáver de bebé con el que convencer a la policía de que esos, y no otros, eran los hechos.  

Julia C.

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viernes, 6 de mayo de 2016

Los refranes de mi vida: Francisco Moroz



En esta nueva entrega de “Los refranes de mi vida” viene a compartir con nosotros dichos populares de su familia Francisco Moroz.

Me consta que muchos de vosotros ya sois asiduos de su blog "Abrazo de Libro" (los que no no dejéis de visitarle, porque os garantizo que os gustará) así que no os descubro nada si os digo que Francisco es todo un caballero de las letras. Yo diría que la característica más sobresaliente de sus escritos es la elegancia, y da igual que se trate de un relato, un microrrelato, una reseña literaria o una reflexión, su inconfundible sello siempre quedará patente. También nos sorprende con frecuencia por los finales inesperados de sus historias, poniendo a prueba retadoramente nuestra capacidad de imaginar, que por cierto pocas veces alcanza a la suya.

Buen escritor y mejor compañero, él siempre está dispuesto a echar una mano o a participar en cualquier propuesta que se le haga (yo que le he hecho varias lo sé bien) y he aquí que su generosidad le ha llevado a regalarme este texto para que todos podamos disfrutarlo en la sección que nos ocupa. Podría decir muchas más cosas de Francisco, y todas buenas, pero de momento le dejaré hablar a él. 

Solo me queda añadir un enorme y sincero ¡gracias!




Invitado fui por la prolífica Julia a participar con una entrada referida a los refranes de nuestra vida. 

Con motivo de los cuatrocientos años de la muerte del padre de las letras y de la novela tal como la entendemos en la actualidad; aprovecho digo, este evento, para dejaros al igual que hizo el fiel escudero Sancho, unas cuantas perlas escogidas del compendio de la sabiduría popular.

Mi abuela siempre me decía que los refranes trabajan, y con ello quería decir que todos, con su carga de enseñanza, encierran verdades escondidas como puños. 

Y ya que he mencionado a mi querida abuela que nos dejó con 99 añazos y una cabeza lúcida y bien amueblada; empiezo con uno que le oí muchas veces:

“A la puta y al galgo a la vejez los aguardo”

Qué forma más clara de recordar al que vive tan solo de sus cualidades físicas, les aguarda una vejez penosa. Seguro que alguna enseñanza más se puede sacar del mismo.

De pueblo eran mis ancestros y muchos conozco sobre el tiempo y las cosechas, sobre mulas y cigüeñas. Pero otros eran más generalizados; podían aplicarse no solo a los “de campo” también a los señoritos urbanitas de ayer y hoy. Por ejemplo:

“Cree el ladrón que todos son de su condición”

¿Enseñanza? Encended la televisión, escuchad la radio o leed la prensa. O mejor, repasad las listas electorales de los principales partidos políticos.

Alguno de los  que recuerdo de mi madre son los siguientes:

“Es un gran desatino envidiar al vecino” 

Este es obvio,  y yo añado lo que dijo aquel: hasta que no has andado un día entero con los zapatos de tu vecino, lo mejor es no desear nada de lo que tiene.

Otro más:

“A Dios rogando, pero con el mazo dando”

El mensaje es clarito: Si estás esperando en casa a que te traigan la nómina, la llevas muy cruda.

Y si pretendes que alguien te ponga la lavadora, te planche o te haga la comida… más te vale que busques asistenta o residas en hotel.

Y el último de mi santa madre:

“Unos cardan la lana y otros se llevan la fama”

Este es aplicable a los entornos laborales sobre todo. ¿Quién no conoce al pelota y al trepa de turno, que con el trabajo de los demás ensalza su mediocridad, añadiéndose méritos inmerecidos?

Y para no alargar os dejo uno que me descubrió mi padre y que guardo como oro en paño; por lo que se refiere a su enseñanza intrínseca,  y el momento en el que me lo descubrió:

“Quien bueno tiene y mal escoge, de lo que le viniera que no se enoje”

¡Ahí es ná! 

 Y por hoy basta. Si Julia es tan amable como acostumbra, y más adelante hay opción para segunda vuelta, tengo unas cuantas docenas más esperando en las alforjas. Pero como dijo ese Sancho Panza tan rustico él y refranero como era:

“Más vale un toma que dos te daré”

Esta vez sí es el último, lo prometo.

Francisco Moroz

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Fecha 06-may-2016 19:50 UTC
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martes, 3 de mayo de 2016

Pirata del siglo XXI



Mis amigos dicen que soy un pirata del siglo XXI. “Quizás uno de entre muchos, qué os creéis”, les respondo yo.

No, no es que tenga una pata de palo ni un garfio por mano, y tampoco es que me dedique al pillaje surcando mares de azul profundo con un negro sombrero de través cubriendo mi cabeza. No, lo mío es otra cosa, lo mío es ver la realidad con un parche en el ojo, o sea a medias, y eligiendo siempre la mitad que más me gusta. No veo qué tiene de malo y si eso me convierte en objeto de bromas, pues sea.

Antes de ser pirata, como dicen ellos, veía la realidad tal cual, tan cruda y descarnada que a veces me dolía el alma. Usaba los dos ojos y todo el sentido crítico que poseo, que no es poco. Consumía información veraz y contrastada siempre que me lo permitían y hacía de mi búsqueda un deber como persona y como ciudadano. “Hay que implicarse con el entorno histórico y político que a uno le ha tocado vivir”, me decía, “saber es el principio de una auténtica libertad consciente, aunque a veces cueste”, trataba de autoconvencerme. Podríamos decir que vivía volcado hacia afuera, y así gasté años de mi vida. También podríamos decir que aparte de muchas indigestiones mentales y varios nudos en el corazón, no conseguí gran cosa.

Pero hubo una tormenta, una de esas que destroza las velas y hace astillas el sólido barco en el crees navegar a salvo. Ni todo el ron guardado en las bodegas puede hacer que te olvides de ella porque está ahí, sacudiendo tu cuerpo sin piedad día a día, sisándote la salud, la ilusión y la esperanza en un futuro a la vista. Es inevitable pensar, mientras estás entre las fauces de esa tormenta de nombre terrible, que quizás ya no te queden muchos más viajes que hacer ni muchas otras aventuras maravillosas que correr. Ese es el momento de elegir, justo ese.

Y yo elegí ponerme un parche en el ojo y comprarme un catalejo que solo me permitiera ver esperanza, sonrisas y buenas intenciones a mi alrededor. Decidí volverme hacia dentro y buscar asideros que me mantuvieran en la brecha, peleando como el temido bucanero que debo ser. No hay más tripulación que yo y voy surcando la vida de otra manera, a mi manera.

Ya no veo los telediarios ni compro el periódico, pero tengo en casa un loro que me repite cien veces al día que me voy a poner bien, que voy a ganar la batalla. Ahora no permito que los confines de mi mundo se alejen demasiado, ni que se oscurezcan, y empuño mi espada de optimismo contra cualquiera que me lleve la contraria pintándome un futuro poco halagüeño.

Llegaré a buen puerto y habrá un tesoro esperándome, estoy seguro. Es lo que debo creer hasta que pase la tormenta, se calme el oleaje y vuelva a navegar con el viento a favor.

Quizás sí, quizás tengan razón mis amigos y sea un pirata del siglo XXI.

Julia C.  

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Fecha 03-may-2016 19:02 UTC
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domingo, 1 de mayo de 2016

Los encantos de un sofá



Mantente razonablamente alejada y todo irá bien, pensaba para mis adentros mientras le observaba gesticular con sus elegantes manos.

No recuerdo de qué hablábamos en aquella terraza a la sombra de un toldo multicolor, pero recuerdo con nitidez la sensación que me provocaba su olor cuando la brisa juguetona me tentaba trayéndolo hasta mí.
Ojalá hubiera cambiado de colonia en este tiempo, ojalá no me gustara tanto, ¡es una tortura!

El nunca toma café, dice que le pone aún más nervioso que una mujer bonita. No deja de ser un simple comentario, pero me lo dice con un guiño pícaro y pone al rojo vivo mis alarmas, sensibles por demás en todo lo que se refiere a él. “Podrías pedirlo descafeinado”, le aconsejo yo fingiendo desinterés y rezando para que no pueda leerme el pensamiento. “Solo cosas auténticas, querida, solo cosas auténticas”, repone exhibiendo su más encantadora sonrisa de depredador.
Vamos mal, fatal pienso mientras siento flaquear todas mis defensas.

Continuamos con la charla más o menos intrascendente, poniéndonos al día. Han pasado muchas cosas en este tiempo, aunque no pretendamos contárnoslas todas, claro. Acaricia descuidadamente los primeros botones de su camisa en un gesto muy suyo mientras me cuenta que su hijo, finalmente, consiguió el puesto de director en la empresa donde trabajaba. De repente parece reparar en que uno de ellos se ha desabrochado y me dice: “mira el efecto que produces en mi camisa”. Lo dice de pasada, con tono despreocupado, como quien no quiere la cosa, aunque un brillo malicioso en sus ojos le delata. 


No sé si contestarle en plan chulito, algo del tipo “y eso que no le había puesto intención, imagina qué podría hacer si me lo propongo”. O no, mejor me callo, no sea que me meta en un berenjenal del que no sepa salir airosa. No quiero hablar de camisas que se desabotonan, no quiero pensar en su manifiesta habilidad para desabrochar cualquier prenda que yo llevara. Eso es pasado, eso se acabó, no lo pienses, me digo.

“¿Aun vivís en la misma zona? Creo recordar que mudarte estaba entre tus planes...” Pretendo cambiar el tercio y es lo primero que se me ocurre, aunque por nada del mundo quiero reconocer que recuerdo cada palabra que me dijo, cada anécdota que me contó. Es mejor mostrar cierta duda, así, como si fuera solo un comentario casual. “Pues sí, me mudé, y me llevé conmigo el sofá. Te acuerdas de ese sofá, ¿verdad?” Casi me atraganto con el café; para disparos tipo misil a quemarropa no estaba preparada.
Jolines, está en plena forma, ¡no hay duda!

Ya lo creo que me acuerdo de aquel sofá, y también de lo funcional que resultaba para según qué juegos.
Contéstale, ¡tienes que contestar algo! Consigo controlar la tos y tengo un destello de lucidez impropio de mí, se me ocurre algo ingenioso a pesar de estar tan nerviosa: “no irás a decirme tú que eso te gustaría, que me acordara y hasta que lo echara de menos…” Contestar una pregunta con otra, brillante. Estoy muy satisfecha de mí.

Bueno, quizás no tan brillante el destello, porque antes de poder sopesar los pros y los contras ya lo he dicho en voz alta.
Muy bien, guapa, ahora te aguantas con lo que venga, por lista.

El no parece perturbado por mi respuesta, es como si la esperara desde el mismo momento en que me preguntó por whatsApp si me acordaba de él, ¡cuánta modestia! Se tomó su tiempo para contestar, disfrutando intensamente de aquel silencio que cosquilleaba mi estómago. Qué absurdo, en aquella emergencia solo se me ocurre pensar de repente que la luz tamizada por el toldo en verde y mi intenso rubor no deben favorecerme mucho.
Que no diga nada, que lo deje correr, porfa, porfa. Pero no. Tintineó contra el cristal los hielos de su copa, dio un trago largo hasta casi terminarla y dijo lo que creo que había venido a decir desde un principio: “Me gustaría mucho que lo echaras de menos; él también se acuerda muy bien de ti. ¿Vamos?”

Al traste todos mis buenos propósitos, no tengo remedio ni posible absolución. Tuve que ir a reencontrarme con su sofá…

Julia C. 

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Fecha 01-may-2016 13:20 UTC
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