domingo, 31 de mayo de 2015

En Desacuerdo (III)



Lo sabía, estaba segura. Es lo que tiene ponerse a escribir contigo, Edgar, que indefectiblemente todo acaba lleno de sangre, fantasmas y gritos de terror.

La pobre Rose con esas alucinaciones terribles sobre sus tres maridos, tan muertos y tan “embichecidos” ellos. ¿Es que no podían estar disfrutando en un yate atracado en cualquier puerto europeo o conquistando jovencitas a golpe de talonario y alcohol? No, muertos y bien muertos. Dije “ventajosos divorcios”, no “ventajosos enviudamientos”, pero tú ni caso.

Y el pobre Andrew, un alma cándida donde las haya, convertido en espectro asesino con sed de venganza (bueno, quizás no tan cándida su alma después de todo, ya os contaré).

Eres incorregible, que lo sepas, pero no me harás perder el hilo. Yo voy a seguir donde lo dejé, a plena luz del día y solo con personas vivas en la sala…

Parte III

Lo natural hubiera sido que los tres hermanos hubieran empalidecido anta la sola posibilidad de que alguno de los otros tuviera un crimen a sus espaldas, como insinuaba su padre en el testamento. Pero lo cierto es que parecían más bien compugidos, tristes,  seguramente ante la perspectiva de ir a perder ellos mismos ese sustancioso pellizco de la herencia.

El notario, que no en vano era un hombre de avanzada edad, propuso hacer un receso para descansar y tomar un refrigerio que anunció ya estaba servido en el salón Bohemia, así llamado por albergar una notable colección de exquisitas piezas fabricadas con dicho cristal. Los demás no protestaron, a pesar de que tenían pocas ganas de confraternizar y muchas de saber cómo habría dispuesto su padre llegar a saber quién de entre ellos tenía “las manos limpias de sangre”.  

John tomó una de aquellas copas de vino ligero y espumoso y se situó en el dintel de la puerta, muy cerca del mayordomo, el sr. Kingston. A pesar de su cara de pocos amigos y lo envarado de su postura, John sentía por él un entrañable afecto. Cuando solo era un niño le había guardado el secreto de mil travesuras, ahorrándole así temibles reprimendas de sus padres y convirtiéndose en su cómplice.

-¿Qué tal le va la vida, sr. Kingston? - No quiso tutearle para salvaguardar la dignidad en el cargo del anciano.
-Tengo que hablar con usted, señorito John. Necesito contarte algo terrible que me pesa en la conciencia.

John se quedó mudo de la sorpresa ante aquel inusual saludo, pero se recuperó de inmediato. Viviendo en el seno de su “querida” familia había aprendido desde temprana edad que la información era poder.

-Espéreme en el gabinete azul, por favor, voy enseguida.

Cerraron la puerta con llave y sin sentarse siquiera, el sr. Kingston comenzó su historia. Era la primera vez en su vida que John le veía preso de tal ansiedad y nerviosismo.

“El día que vino su hermano, el señorito Andrew, el servicio tenía la tarde libre por expreso deseo de su padre. Supusimos que quería disfrutar de la compañía de su hijo en privado, así que dejamos todo dispuesto para una cena fría y sobre las cinco y media todos dejaron la casa. Yo lo habría hecho también de no ser por un leve catarro que comenzaba a manifestarse. En aquel momento no quise importunar al señor con tal nimiedad y no le dije nada; me limité a retirarme a las dependencias del servicio y a permanecer allí.

Tenía intención de acostarme pronto, pero antes, sobre las diez, quise asegurarme de que el Barón no necesitaba nada. Subí arriba y sin poderlo evitar oí cómo discutía con su hijo. Le estaba llamando depravado del demonio y sodomita inmundo. Y el joven señor también gritaba diciendo que no era asunto suyo con quién se acostara y que se limitara a darle el dinero del chantaje. Por lo que pude entender el último de sus amantes no estaba por la oportuna discreción deseable en un caballero, ya me comprende”.

John no daba crédito a lo que estaba oyendo. Trató de tranquilizar al sr. Kingston y le animó a continuar.

“Volví a mi cuarto e intenté dormir, pero sin éxito. Sobre las dos de la mañana me levanté para hacerme una infusión y ver si así lograba conciliar el sueño, y allí estaban ellos, en la cocina: su padre y el bastardo. Hablaban quedo para no despertar al pobre señorito Andrew, pero yo oí claramente cómo el señor le encargaba al otro que borrara “esa mancha intolerable de su familia”. Yo sabía muy bien a lo que se estaba refiriendo, y al día siguiente su hermano estaba muerto en la bañera, con las muñecas abiertas ”

-Así que el bastardo no puede heredar la casa, ¡perfecto!

Es todo lo que acertó a pensar el siempre práctico John…

Julia C.

Continuará… 

Para leer el capítulo IV en el blog de Edgar pincha aquí

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Fecha 01-jun-2015 11:22 UTC
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sábado, 30 de mayo de 2015

Un nuevo premio, un premio nuevo


Esta es una de esas entradas que gusta redactar de manera especial, porque hoy me siento al teclado para aceptar el reconocimiento de un compañero de fatigas en esto de escribir y mantener con vida un blog. Se trata de mi querido Francisco Moroz, dueño de la estupenda bitácora “Abrazo de Libro” a quien desde aquí doy de todo corazón las gracias.

Este nuevo premio que se me concede es, además, un premio nuevo. Lo ha creado nuestro compañero y se llama “BOR Litarcihis Bloguer”. A continuación paso a detallar su significado tal y como Francisco lo concibió:

BOR: Blog Original
Litarcihis: Nombre de la mención. A los blogs Literarios: libros, poesía, relatos y todo tipo de escrituras fantásticas, terror, ciencia ficción...
Sobre Arte: Pintura, escultura, música, arquitectura, decoración, cocina, cine, teatro...
Ciencia: Biología, naturaleza, arqueología, ecología, física, matemáticas, astrología, botánica...
Historia: todos aquellos que nos hablen de nuestro pasado y recuerden con fotos y escritos todo aquello que la memoria olvida.
Bloguer: Un premio que es concebido no solo al blog, sino también al creador que se lo curra y lo maquea dándole presencia, estética y realce para que quede bonito a simple vista además de llenarlo con contenido adictivo.

No me digáis que no es original y creativo, ¡a mí me encanta!
Las condiciones para aceptarlo son las siguientes:

1- Agradecer al que te lo concede.
2- Ponerlo en lugar visible en tu blog.
3- Nominar al número de blogs que tu creas conveniente pero solo de 1 a 10  y no más, para no hacerlo engorroso.
4- Que el blog al que se lo concedes sea de tu agrado y te aporte algo a nivel personal. Indiferente el número que tenga de seguidores.
5-  Avisar a los blogs elegidos.

Así pues creo que solo me queda cumplir el requisito de las nominaciones, que en mi caso son las siguientes:

-         Edgar K. Yera – Rincón creativo de Edgar K. Yera

-         María Campra Peláez – Mamá escritora

-         Marigem Saldelapuro – Pequeños trucos para sobrevivir a la crisis

-         Campanilla Feroz – Sangre en la nevera

-         La Quimera. Blog – La quimera

-         Oscar Ryan – Mi pequeña biblioteca

-         Juan Guerrero – sin blog pero con mucho talento por compartir

-         Mar V. – Corazón en Conserva

-         Francisco Izquierdo – Vidas Truncadas

-         Mercedes Gil Abuelatecuenta – La abuela te cuenta

A buen seguro me faltan un montón de blogs que sigo y que me encantan, pero he elegido éstos porque creo recordar que nunca antes los he nominado,  ¡y ya va siendo hora!. Felicidades a tod@s y gracias por hacerme sentir y aprender taaaantas cosas.

Sin más me despido de vosotros con fuerte abrazo y mis mejores deseos para este finde.
¡Nos leemos!


miércoles, 27 de mayo de 2015

En Desacuerdo (I)



Edgar, poseedor como todos sabéis de una prodigiosa imaginación, me propuso escribir lo que a continuación leeréis. Se trata de un mismo relato que tiene dos versiones: la mía, escrita en clave de misterio, y la suya, escrita en clave de terror. A la hora de publicarlo alternaremos sucesivamente seis fragmentos, tres de cada autor, hasta completar las dos versiones íntegras mencionadas. ¿Estáis algo confusos? ¡Eso se arregla leyendo!

La verdad es que no lo veía yo muy claro al principio ni lo entendía muy bien, ¿pero quién le dice que no al blogger más encantador de todo Google+? Así que me dispuse, armada de ilusión y con la imaginación afilada como el lápiz de un escolar, a intentarlo al menos. Ahora puedo decir, con conocimiento de causa, que la experiencia ha sido genial y que trabajar con él es un verdadero placer.

Espero que disfrutéis este trabajo tanto como nosotros. Ha quedado demostrado que disentir, tanto en la vida real como en la ficción, puede llegar a ser muy divertido…

Parte I

El mismísimo notario parecía formar parte del mobiliario, plenamente integrado como estaba al panorama de aquella rancia habitación. No es que estuviera sucia, es que el paso de los años todo lo recubre de una pátina invisible de decadencia, incluso aunque la habitación pertenezca a una mansión y solo los muebles ya cuesten una auténtica fortuna.

Fueron llegando con cuentagotas y más bien tarde, seguramente temiendo los unos tener que cruzar una palabra con los otros. Sin duda la lectura del testamento era un reclamo lo bastante poderoso como para reunir a la familia después de tantos años, pero no por eso iban a dejar la vieja costumbre de ignorarse o despreciarse entre sí.

La primera en aparecer fue Rose, una mujer esbelta y sensual como una gata que jamás hubiera pisado un vertedero. Ya era inmensamente rica gracias a sus ventajosos divorcios, pero no por eso pensaba dejar de reclamar un solo penique del testamento de su padre que ella considerara que le correspondía. Vino acompañada de su único hijo, un adolescente pelirrojo de mirada sagaz y rostro pecoso.

Su hermano John, el mayor de los tres vástagos del finado, llegó tras ella. Se hacía acompañar de su hierática esposa, una enfebrecida amante de las operaciones de estética, y de sus dos hijas gemelas. Lástima que en plena juventud ya compartieran la afición de su madre por el quirófano.

Y por último se personó en la sala una extraña pareja que a todas luces desentonaba con el estatus social de la familia y a la que nadie de los presentes parecía conocer.

El ayudante del notario, siguiendo una leve indicación de cabeza de éste, cerró por fin las puertas de la biblioteca. El silencio entre los presentes era pernicioso y espeso.

“Estamos aquí para dar lectura a las últimas voluntades del Barón Locker. Siguiendo sus instrucciones han sido convocados todos sus hijos, a excepción, por motivos obvios, del recientemente fallecido Andrew Locker”.

Rose y John interrumpieron al notario con una exclamación ahogada y se miraron por primera vez interrogándose mutuamente con los ojos. ¿Estaba el benjamín de la familia muerto? ¿Cuándo, cómo, dónde?

“Suicidio, hace dos meses, en esta misma casa. Se encontraba de visita viendo a su padre y decidió, muy inoportunamente por cierto, quitarse la vida”, contestó en tono cansino el Sr. Worsworth. Estaba claramente molesto por tener que interrumpir su discurso para hacer aquella aclaración.

Hubo conmoción en la sala ante la noticia, pero nada comparado al momento en que el honorable anciano, cumpliendo con sus obligaciones, presentó a la sra. Morse y a su hijo Thomas, que a la sazón era también hermano de ellos. Un desliz del difunto, sin duda, porque el joven de flequillo rebelde y ojos verdes como pedazos de jade tenía al menos treinta años.

“¡Intolerable!” es lo único que acertó a decir John.
“Legalmente reconocido” apostilló el notario para atajar ese asunto sin más.

A partir de ese momento ya estaban preparados para oír cualquier cosa. Los secretos de familia bajo la alfombra parecían haber cobrado vida y correteaban libremente por la sala.

Terminó de leerse un testamento en extremo minucioso que detallaba a la perfección qué propiedades, títulos y activos del banco correspondían a cada hijo. Las partes no eran equitativas desde el punto de vista de John y Rose. Por supuesto ellos consideraban que Thomas estaba robando la herencia que correspondía a sus hijos y que no era más que un advenedizo y un oportunista. Nadie los convencería nunca de lo contrario.

Solo quedó un cabo suelto. Respecto a la mansión que ocupaban en ese momento y que había sido la residencia oficial de la familia durante generaciones, se añadía únicamente una nota: la heredará el único de mis hijos que tiene las manos limpias de sangre. 

Julia C.

Continuará... 

(Para leer la continuación pincha aquí)

 
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Fecha 27-may-2015 7:49 UTC
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jueves, 21 de mayo de 2015

La abuela sabia



Marco sabía que su abuela era sabia. Tenía que serlo si siempre estaba leyendo libros con muchísimas hojas que sacaba de la biblioteca del abuelo, el único sitio al que su hermano y él tenían prohibido entrar sin la compañía de un adulto. En lo demás era como todas las abuelas, con su pelo canoso, sus arruguitas al sonreír y sus recetas de tartas maravillosas. Pero la suya, además, era sabia.

El día de notas del segundo trimestre Marco llegó del colegio muy abatido. A pesar del duro trabajo desempeñado, no había conseguido pasar con buena nota casi ninguna asignatura y su boletín era cualquier cosa menos un motivo de orgullo. La abuela, que lo conocía tan bien como solo el cariño permite, enseguida supo que algo no marchaba adecuadamente, así que le preparó su merienda favorita y se sentó con él a la mesa de la cocina.

-         Abuela yo estudio mucho y siempre atiendo en clase, me porto bien y no meto jaleo nada más que en el recreo, de verdad.

-         ¿Entonces cuál es el problema, Marco?

-         Las letras, abuela, son las letras.

-         ¿Qué quieres decir? Explícame eso.

-         Las letras se mueven en la pizarra, se vuelven de color casi transparente cuando la profe termina de escribirlas. Y en mi libro también, hacen que me lloren los ojos y me duela la cabeza.

La abuela de Marco comprendió de inmediato cuál era el problema.

-         Chiquito mío, ¡tú necesitas gafas!

-         ¿De verdad? ¿Ahora podré tener unas como las tuyas y leer los libros gordos que lees tú?

-         Bueno, serán unas gafas adecuadas a tu edad y respecto a los libros, ¡todo se andará!

Marco volvía a estar contento, qué buena idea había sido contárselo a la Tata, que para algo era sabia.

-         Pena que voy a perder la apuesta. Estas notas son un asco y seguro que las de Jaime son la bomba. Pareceré un tonto y él se quedará con mi tirachinas nuevo. ¡Puag!

-         Eso te pasa por hacer apuestas, ya sabes que a tu madre no le gusta… pero aun así no es justo – añadió la abuela tamborileando suavemente sobre el floreado mantel. Al fin y al cabo Marco era el niño de sus ojos –.  ¡Tengo una idea!

La Tata sacó la llave del bolsillo de su vestido y guiñándole un ojo le invitó a seguirla.

Entraron en la biblioteca abriendo la puerta despacio, como si temieran sorprender dentro a alguien y quisieran darle tiempo para que se escondiera. Después le pidió al niño que eligiera un volumen al azar y Marco tomó uno de tapas rojas.

-         Alejandro Dumas, ¡buena elección, chiquito! – añadió la abuela con sus anteojos bien colocados sobre el puente de la nariz –. Veamos qué tiene que decirnos – Y abriendo el libro por una página cualquiera leyó: “Para todos los males hay dos remedios: el tiempo y el silencio”.

El crío volvió la carita con expresión dudosa hacia la anciana.

-         ¿Esto nos ayuda en algo, Tata?

-         ¡Claro que sí, es la respuesta! No diremos nada de este asunto. Yo te compraré esas gafas para que puedas estudiar como es debido y convenceré a Jaime de que espere al próximo trimestre para resolver la apuesta. Tu parte es trabajar duro y remontar estas calificaciones, ¿entendido?

-         ¡Claro que sí, abuela! Ya verás cómo lo consigo.

El resto de la tarde lo invirtieron en leer a Dumas, que sin saberlo, les había dado una solución al problema. Desde ese momento y para siempre sería uno de los escritores favoritos de  Marco.

Julia C.

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Fecha 21-may-2015 10:19 UTC
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martes, 19 de mayo de 2015

Rosa Blanca - 1896 - Reencuentro - Julia C. y Laura Mir

Para leer la cuarta parte pincha Aquí
 
1896 (Reencuentro) - Parte V

Al principio todo fue confusión y desconcierto, desasosiego y un no entender que las golpeó como una ola en plena tormenta. Se miraban a los ojos buscando unas respuestas que ambas desconocían y luego contemplaban sus reflejos en la gran luna de espejo del vestidor, atisbando ya la verdad.


Eran hermanas, de eso no había duda: idéntica edad, la misma marca de nacimiento en la espalda, estaturas y complexiones muy similares y aquel verde en los ojos que a nadie podía pasar desapercibido. Cierto que Blanca era mucho más hermosa que Rosa, pero ahí estaban los rasgos comunes.


Rosa encargó té a una de sus ayudantes y se encerró en el gabinete con su recién descubierta hermana. Se contaron sus vidas, se tocaron sintiendo un calor que siempre habían echado en falta y se sonrieron con una dulzura que hasta ahora no habían dejado aflorar con nadie más. Las horas pasaron raudas y llegó la hora de despedirse, cosa que hicieron con un gran abrazo en privado y una fórmula apenas cortés en público. 


No sabían por qué no se habían criado juntas, ni si sus respectivas familias estaban al tanto de la existencia de la otra. ¿Sería su verdadera madre alguna de las mujeres a las que siempre habían llamado así o quizás fue otra quien las alumbró a ambas? Un incómodo enjambre de preguntas les ocupaba la cabeza y las mantenía distraídas de sus quehaceres aquellos días. 


Blanca y Rosa continuaron viéndose y conociéndose mejor, y cada una por su cuenta, trataron de esclarecer el misterio de su existencia. Poco o nada llegaron a descubrir, salvo que Rosa efectivamente era adoptada y que llegó a la vida de sus padres siendo un bebé de apenas días. De dónde procedía seguía siendo un misterio. Aceptaron la incertidumbre porque no les quedaba más remedio y porque no querían herir innecesariamente a sus familias, pero siempre querrían saber más.


Blanca presentó a su hermana en sus círculos como a una querida y reciente amiga, habilidosa por demás con la aguja, dándole así acceso a su exclusivo mundo. A cambio Rosa le dio todo el cariño femenino que ella había echado en falta por la pronta y triste desaparición de la que ella siempre había considerado su madre. Ambas parecían felices y se sentían plenas. 


Los acontecimientos siguieron su curso durante aquella cálida estación y llegaron cambios y sorpresas para todos: inesperadamente, como lo más natural del mundo, un amor tierno y sincero nació entre Rosa y Guillermo.


Ninguno de los dos lo buscó y mucho menos lo deseaba, pero entre largos paseos por los jardines, frecuentes bailes de salón en la mansión del marqués y deliciosos picnics en la campiña, fueron aflorando afinidades imprevistas y sonrisas cómplices que a duras penas podían ocultarse. Pocas veces se quedaban a solas y apenas durante unos minutos, pero estas escasas ocasiones fueron suficientes para que los latidos desbocados de sus corazones confirmaran lo que ya sospechaban. Ellos dos se amaban, y no había consideración hacia Blanca que pudiera evitarlo.


Podía haber sido un problema, pero lo cierto es que Blanca nunca había amado a su prometido y lejos de sentir celos o interponerse, los alentó desde la más entrañable generosidad. 


Un compromiso podía concertarse, pero también anularse…

Continuará... 

Julia C.  

Puedes leer la continuación Aquí

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Fecha 19-may-2015 17:36 UTC
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viernes, 15 de mayo de 2015

El arquitecto impaciente

arquitecto-proyecto


El joven y ambicioso arquitecto descargó su puño lleno de ira sobre los planos del proyecto. Imposible que no hubiera resultado seleccionado, era el mejor de todos con diferencia.



Contemplando fijamente el negro charco de café derramado sobre la mesa recitó “yo soy mi trabajo y mi trabajo soy yo. Daría todo lo que tengo por triunfar”.



Cuando recuperó la conciencia estaba atrapado en un laberinto de muros y escaleras dibujadas con milimétrica precisión. La retirada de su competidor inmediato otorgó la adjudicación del proyecto al despacho de Juan, aunque inexplicablemente él ya no estaría para disfrutar del logro…

Julia C. Cambil 

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Fecha 16-may-2015 9:06 UTC
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Terapia de choque



Odiaba esos malditos bichos, no los soportaba, pero por su trabajo muchas veces tenía que lidiar con ellos. Abrir una arqueta del suelo para reparar una avería y verlos aparecer corriendo despavoridos con sus asquerosas antenas le ponía enfermo, literalmente. 

Le explicó el problema a la experta en fobias. Ella le pidió confianza absoluta y le prometió la curación.

Despertó del sedante entre leves caricias por todo su cuerpo, resultaba muy agradable. Cuando consiguió abrir los ojos y enfocar su vista, comprobó que estaba atado y que todo su cuerpo estaba cubierto de cucarachas.


Terapia de choque, le llamó la doctora.

Julia C. Cambil

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jueves, 14 de mayo de 2015

Rosa Blanca - 1896 - Primavera - Julia C. y Laura Mir



Para leer la primera parte pincha Aquí 
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1896 (Primavera) - Parte IV

Aunque aún apenas había comenzado a amanecer, ya se adivinaba en el cielo que sería una preciosa jornada de primavera. Era la estación preferida de Rosa porque, quizás marcada por su propio nombre, se sentía reverdecer y una inusitada energía la invadía como por encanto.


Tenía trabajo que hacer, como de costumbre, y se dispuso a hacerlo sin tardanza apenas se hubo aseado y desayunado. El humilde taller de costura que atendía con su madre había prosperado mucho en los últimos tiempos, y ahora era un local de varias piezas, acogedor y soleado, donde trabajaban confortablemente. Incluso contrataban a algunas chicas para que les echaran una mano en épocas de festejo, cuando todas las mujeres querían estrenar vestido. 


Hoy era un día especial, se esperaba la llegada de una gran dama que tal vez, si se sentía complacida con su forma de trabajar, haría algún pedido. Era como un sueño, una oportunidad estupenda para promocionarse entre la alta sociedad. Rosa cosía aquel encaje en los puños de tafetán azul y dejaba ir la mente hacia un halagüeño futuro donde quizás podría trasladarse con su familia a una parte mejor de la ciudad. ¡Soñar era gratis!


La mañana avanzó entre hilvanes, pespuntes e ilusiones, hasta que llegó el momento y le anunciaron que la rica heredera había llegado. Rosa respiró profundo, alisó su talle nerviosamente con las manos y salió a recibirla. 


No creía haberla visto nunca con anterioridad, pero algo en las hermosas facciones de la joven le resultó extrañamente familiar. La observaba caminar entre rollos de tela con innata elegancia y cierto desdén, pero aún así se sintió irremediablemente fascinada por ella. Rosa le mostraba el género y trataba de adivinar los gustos de su posible clienta, pero la otra no parecía impresionada con nada de lo que veía, hasta que posó la vista en un vestido rojo vino que había colgado, aún sin terminar, en el vestidor. Insistió en probárselo aunque fuera para otra clienta,  acostumbrada como estaba a que la complacieran, y la afable Rosa accedió.


No podía creer lo que estaba viendo, era del todo imposible. ¿Qué probabilidades había de que aquello fuera obra de la casualidad? Al desvestirse la futura marquesa su blanca piel, ahora expuesta en la espalda, mostró una mancha rosada en forma de trébol, justo entre los omóplatos. Era idéntica a la que Rosa tenía de nacimiento y estaba en igual posición. A la mente le vinieron las noches de infancia en que su madre le cepillaba el cabello incansable y le contaba historias acerca de lo afortunada que sería en la vida gracias a esa marca con que el destino la había señalado.


Tanta fue la insistencia de la chica mirando hipnotizada aquel hallazgo, que la heredera terminó por advertirlo y le preguntó molesta si le pasaba algo. Sus miradas se cruzaron en un instante de pupilas teñidas de idéntico verde y Rosa compartió con ella su asombroso descubrimiento. También el vuelco que dieron sus juveniles corazones fue compartido.

Continuará...

Julia C.  

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Fecha 14-may-2015 23:52 UTC
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miércoles, 13 de mayo de 2015

Microerotismo






LA PARTIDA

“Sin usar las manos”, esa era la única regla...

Sus cuerpos desnudos juegan con ganas atrasadas a tentar a la suerte del deseo, y a golpe de sincronizada lascivia, comprenden que es momento para que las bocas tomen un protagonismo diferente a la palabra.

Se besan con desinhibición creciente, dejando que el calor les prenda vientres arriba, y aceptan que lamer, chupar, succionar, ensalivar y hasta acariciar con la lengua puede llevarles a la última casilla del tablero inexistente: el orgasmo.

Nadie pierde en este juego. Los dos ganan.

El CASTING

Le hacía el amor a golpe de intuición, moviéndose atento por el mapa de su placer, memorizando sus resortes más íntimos. Cualquier erizamiento de la piel era una pista, cualquier movimiento de sus caderas le guiaba, la “o” perfecta de su boca era un trofeo…

Ella, por su parte, le ponía a prueba. Se dejaba hacer tratando de parecer impasible, practicando un hieratismo morboso y difícil. No pedir nada, ocultar el placer si fuera posible, contener los jadeos dentro de su cuerpo en llamas.

Si aún así era capaz de complacerla, él sería el elegido y ella tendría nuevo amante.

EL INTRUSO

No es que su amante fuera torpe, pero sí terriblemente previsible. En aquel asiento trasero de coche el ritual se ejecutaba con precisión milimétrica cada jueves. Al principio resultó estimulante, desvergonzado, peligroso, pero hasta allí había extendido sus tentáculos el aburrimiento.

En eso pensaba ella cuando unas luces pintaron de blanco la ceguera de sus párpados cerrados haciéndola recelar. Más atenta al otro vehículo que a las caricias de Jaime observó que volvía a hacerse la oscuridad, pero nadie bajó del vehículo.

Aquella presencia invisible detonó un último orgasmo con Jaime. Sin duda investigaría la matrícula del intruso ya memorizada.

COMPETENCIA DESLEAL

- No es por ti, cielo, es culpa mía. Tú te mereces algo mejor de lo que yo puedo ofrecerte en estos momentos. Ya sabes que te voy a querer siempre, has sido una parte muy importante de mi vida. Podemos ser amigos! 

- Hay otro, no es cierto?

- Por favor, no me obligues a decir algo que te duela.

- Quiero la verdad! Qué tiene él que no tenga yo?

- Cinco modos de vibración, tacto seda, máxima adaptabilidad, nunca falla, nunca me pide nada que no me apetezca y nunca se cansa…

CUESTION DE ACTITUD

Recorrer la senda del dolor para alcanzar el placer…

Ya me deleito pensando en el tacto del látex cuando me toca con sus manos heladas, en la máscara que cubre su cara adusta y concentrada en mí, en todos esos juguetes que solo ella sabe manejar con precisión y destreza.

Me gustaría que dejara suelta su negra melena, pero no me corresponde opinar, no sería apropiado.

Expuesto, sometido, indefenso, debo dejar que obre su magia de los sentidos en mí. Siempre me dice que es por mi bien, y yo la creo.

¡El martes a las cinco dentista!

Julia C. Cambil

Recopilación de microrrelatos eróticos presentados a la convocatoria "Una bacanal extraordinaria" del Círculo de Escritores. Primavera 2015.


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Fecha 13-may-2015 20:05 UTC
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sábado, 9 de mayo de 2015

La proposición

Proposición


Cada vez que le abrazaba sentía el miedo latiéndole en los huesos; un miedo atroz a tener que existir sin él alguna vez.

Era malo cuando no le quería, cuando ella estaba vacía y perdida y encontraba motivos para burlarse de él la mayor parte del tiempo. Pero tenía que reconocer que era mucho peor ahora. Después de todo no es agradable sentir que una parte de ti ya no te pertenece, o que tu corazón late de prestado, bombeando una ilusión que solo de él puede provenir.

Dependencia emocional, felicidad absoluta: un binomio que ninguna mujer del siglo XXI encontraría aceptable.

“Hay que diversificar, tener más de un interés, por lo que pueda pasar mañana”

“Las mujeres no tenemos que seguir a nadie, mucho menos a un hombre. Nos hemos ganado el derecho de hacer nuestro propio camino”

“No se puede querer a nadie más de lo que te quieres a ti misma. Si caes en ese juego ya has perdido la mitad de tu autoestima”

Esas y otras consignas de su pasado reciente acudían a su mente en tropel mientras su frente ceñuda luchaba a brazo partido con la sonrisa que el amor desbocado prendía en su boca.

Sentimiento o conveniencia.

Lo que dicen que está bien o lo que yo quiero.


Sobre el jarrón de la mesa lucían ya algo marchitas las flores que él le enviara hace unos días. Era inteligente por su parte haberle dejado un recuerdo visual y hasta oloroso de la decisión pendiente de tomar. Y ella, tozuda y confundida, se negó a alimentar sus dudas cambiándole el agua a la flores. Pero el tiempo se agotaba.

Aún recordaba la primera vez que acudió a una de sus conferencias. Pensó que era un loco o un oportunista, pero en ningún caso el visionario que él se creía. Algunas de sus ideas no estaban mal, aportaban algo de esperanza a este mundo emocionalmente empobrecido y carente de valores, pero lo demás le pareció pura palabrería y utopía. Una mente crítica e instruida como la suya no ayudaba a tragarse todo aquello de una vez y porque sí.

Luego, en la recepción que siguió al coloquio, tuvo la oportunidad de verle más de cerca y charlar con él unos minutos. Matizó algunas de sus afirmaciones tras esa mirada como de estanque de cuento y esos ademanes que acariciaban sin tocarla. Tuvo que reconocer a su pesar que no era un tipo corriente, pero incluso esos detalles los encontró algo amanerados y poco masculinos por aquel entonces. Estaba claro que era una completa escéptica en todo lo que tuviera que ver con él.


Qué curioso cómo suceden las cosas, nadie podría aventurar por aquel primer encuentro y aquellas primeras impresiones cómo iban a desarrollarse después los acontecimientos.

Ahora le amaba hasta con la última y más recóndita fibra de su ser, y tras dos años de ser uno solo, como a él le gustaba decirlo, le había hecho la proposición más importante de su vida, la que habría deseado cualquier miembro de la comunidad: estar juntos para siempre, trascender.

Mucho había tenido ella que cambiar hasta llegar a ese punto del camino, era verdad, pero lo había hecho con gusto y por convencimiento, porque así debía ser. Terminó por aceptar junto a su amor su doctrina y sus ideas, se había convertido en su más aventajada discípula.

Y ahí estaba su premio, ese ramo de flores y esa proposición: compartir el suicidio.

Julia C. Cambil

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jueves, 7 de mayo de 2015

Rosa blanca - 1.890 - Julia C. y Laura Mir

Rosa-Blanca
(Para leer el comienzo de la historia pincha aquí)

1.890 (parte II)

Rosa no era como su nombre. Ella no poseía belleza ni suscitaba natural admiración; no atesoraba la delicada fragancia ni las amorosas formas de la flor; ni siquiera llegó a tener nunca la tonalidad del hermoso color adornando sus labios. Pero tampoco tenía las espinas, porque Rosa era una joven esencialmente bondadosa a la que la sencillamente la genética decidió no favorecer.

Por esa razón y aunque quizás cabría esperar que se sintiera desdichada con su vida, era feliz. Llevaba una existencia esforzada porque trabajaba mucho a pesar de su corta edad, pero su vital imaginación y el sentirse apreciada por cuantos la conocían eran alicientes suficientes para ella.

Para Alea y Tomás, gente modesta que se ganaba la vida con honradez, era su más preciado tesoro. Desde que llegó a sus vidas la quisieron con todo el corazón y la mimaron con todos los medios a su alcance, aunque fueran más bien pocos. Una muñeca hecha de retales sobrantes que la madre pudiera rescatar de alguna clienta, un conejito como mascota que le trajera su padre, un vestido nuevo al año, que aunque sencillo estaba primorosamente cosido por las expertas manos de Alea, y todos los besos y caricias que una niña pueda desear. Así fue creciendo Rosa hasta convertirse en una joven despierta cuya sonrisa luminosa hacía olvidar lo poco agraciado de su rostro y lo corriente de su ropa.

Como era de esperar, cuando tuvo edad suficiente aprendió el oficio de costurera de su madre y resultó que se le daba más que bien. No solo es que dominara la técnica, sino que tenía imaginación para introducir pequeñas innovaciones en los diseños que encantaban a las clientas y que las hacía sentirse especiales. Pronto empezó a ser conocida en aquella modesta parte de la ciudad por su habilidad innata y su buen hacer cuando de telas y encajes se trataba. Alea la miraba trabajar con orgullo de madre y daba gracias al cielo por aquel regalo que se les había concedido.

Solo un detalle faltaba en la vida de Rosa, solo encontraba un motivo para el suspiro permanente en sus ratos de ocio, y es que siempre había deseado con todo su corazón la compañía de un hermano o una hermana con quien compartirlo todo. Al comprobar a diario el amor que sus padres se profesaban no llegaba a entender cómo era que no tenían otro hijo, y aunque ella jamás pedía nada, eso sí que se había atrevido a desearlo en voz alta muchas veces.

Cuando surgía el tema sus padres la miraban dulcemente, le decían que había que confiar en los designios de Dios, y le sonreían benevolentes. Pero la sensación de ausencia y de estar incompleta seguía instalada en su corazón; y la sombra del que algo oculta permanecía en los ojos de sus padres.

Continuará...

Julia C. Cambil 

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Fecha 08-may-2015 2:02 UTC
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