jueves, 27 de noviembre de 2014

Encuentros en la noche oscura

encuentros-oscuros



No me gustan las noches oscuras, son las que él elige para visitarme...

A veces solo me observa, fijamente, y adoptando aires de dueño y señor se sienta en la butaca frente a mi cama. No quiero abrir los ojos, no quiero encontrarme con el abismo de los suyos, pero sé que sigue ahí porque puedo oír su penosa respiración. Entre sudores de terror yo y divertido él, ambos esperamos en silencio la luz del alba. No entiendo por qué, pero la teme igual que yo le temo a él.

En otras ocasiones no se conforma con imponerme su nocturna presencia y me acaricia con su dolor la piel del alma. Aunque odio que haga eso he llegado a comprenderle: desea compartirlo y quizás así desprenderse de él. Es un dolor antiguo, muy negro, y se alimenta de su mera existencia.

Yo procuro resistirme, no lo quiero para mí, no quiero ni atisbarlo en los entresijos de mi entendimiento, pero él es insistente y poderoso. Hace siempre su voluntad y me estremezco ante la visión de tanto sufrimiento, me arranca gemidos que nacen de mi parte no humana.

Hace siete noches el cielo estuvo extrañamente huérfano de luna y estrellas; la negrura fue tal que pareciera que la celeste bóveda hubiera desaparecido por completo. Y él volvió a mi habitación.

Estaba extenuada de tener miedo, pero esta vez percibí distinta su presencia, menos tenebrosa y amenazante. Fue así que traté de acercarme, de recibirle tan amablemente como supe en los imprecisos límites de la vigilia. Y me lo agradeció, a su manera.

A cambio tomó mi cuerpo con furiosa ternura, con prisas preñadas de generosa necesidad, con silencios colmados de rabia culpable y amarga nostalgia de otros tiempos quizás. No es lo que yo quería, pero ahora sé que él no entiende los sentimientos humanos ni sabe interpretarlos, y también sé que seguramente no sea su culpa.

Han pasado ya siete noches desde aquello y no ha vuelto a visitarme. Debo aprender a invocar la oscuridad, debo hacer que vuelva, porque la criatura que crece dentro de mí necesitará a su padre…



viernes, 21 de noviembre de 2014

El regalo de bodas






El emisario esperaba respuesta, pero nada acertaba a decir Asura ante el inesperado regalo de aquel a quien estuvo prometida desde que la primera sangre, roja como rubí, la convirtió en mujer.



Inventó una sonrisa con la que traicionaba sus sentimientos, contuvo valiente las lágrimas con el envoltorio en su regazo y luchó contra sus deseos de gritar desgarrada, para que todos supieran. A cambio fingió no entender y renunció a acariciar por última vez la cabeza cercenada de Nimba, aquel que desde siempre había poseído su corazón.

jueves, 20 de noviembre de 2014

La transformación de Zora

ojos-Zora



“Aquí tienes, cariño. Muy bueno, seguro que tú gusta”. Y tras soltar el humeante plato delante de mí, se alejó con una expresión que seguramente quería ser una sonrisa. Estoy casi segura de que no estaba siendo un buen día para ella... 


No es que no sea amable con los clientes (confieso que siempre observo sus idas y venidas tan discretamente como soy capaz) pero la fiereza de sus ojos eslavos, apenas coloreados de verde, sus pómulos sobresalientes y altivos y esa forma de plantarse delante de cada mesa a tomar nota, casi desafiante, transmiten de todo menos dulzura. Tan solo las palabras contradicen por completo al resto de su talante: “cielo”, “cariño”, “guapa”, “guapo”… A buen seguro ella no es consciente de lo incongruentes que resultan en sus labios.


Al rato, cuando el comedor parecía momentáneamente bajo control, la vi tras la barra, hablando con otra de las camareras en lo que imagino era su idioma natal. Gesticulaba generosamente levantando el tono por encima de lo conveniente y soltaba un “¡mierda!” muy castellano de vez en cuando. No parecía que la otra tuviera culpa de nada, solo le hacía de confidente mientras servía cañas y asentía calmosamente. 


Hasta aquí nada fuera de la tónica habitual en los dominios de Zora, pero entonces llegó al restaurante un grupo de muchachos que a buen seguro eran trabajadores en busca de su menú. Eran jóvenes, rondando los treinta años, y vestían sus cuerpos, a simple vista fuertes y vigorosos, con uniforme azul marino de pantalón cargo y polo del mismo color. No tardaron en inundar el local con sus risas, sin complejo ni pudor algunos. “Para aguantar algarabías que está hoy Zora, pensé yo”.


Y efectivamente, al momento salió de detrás de la barra contoneando sus generosas caderas en dirección a la mesa recién ocupada. Más parecía una pantera a punto de atacar que una diligente camarera dispuesta a tomar la comanda. 


Apenas los saludó comenzó a recitar de memoria los diez primeros del menú mirando a ninguna parte en concreto, como quien se aburre de solemnidad y busca un mejor destino con la imaginación. Eso hasta que él la interrumpió preguntando “¿el pescado va con patatas o con ensalada?”. Bajó la vista hasta su cara como sorprendida del atrevimiento, pero al punto su mirada casi furiosa se tornó en otra cosa, algo que yo nunca había visto en los ojos de Zora. Ya no había cansancio, ni tedio, ni indiferencia.

Relajó milagrosamente la expresión como por encanto de alguna pócima mágica, se le dibujó una auténtica sonrisa en los labios y el verde de sus ojos se hizo más intenso. Hubiera dado cualquier cosa para apreciar sus pupilas, estoy segura de que reaccionaron.


No sé en qué quedó aquella historia porque mi acompañante y yo ya habíamos pagado la cuenta y acabado el café, no teníamos excusa para seguir allí, pero a menos que el muchacho de azul fuera ciego, debió intuir que tenía alguna posibilidad de alegrarle el día a Zora. Quizás, aunque solo por unas horas fuera, tuviera el poder de convertir a la pantera en gata mimosa. 

El caso es que me dio por pensar en lo increíblemente fuerte e impredecible que es la atracción entre seres humanos algunas veces y lo poco que puede hacerse al respecto para disimularla. No sé si es una suerte o un handicap, pero cuando alguien nos gusta y nos pilla desprevenidos, somos más que transparentes...

lunes, 17 de noviembre de 2014

La creación







Se asomó curioso a la siniestra rendija que dibujaban las hileras de pestañas negras en sus párpados. Quería ver si quedaba algo de la mujer que le enamoró por su bondad y altruista corazón, pero allí solo había un abismo verde jade que amenazaba con fagocitarle.



Se dio la vuelta confiado, se quitó la bata blanca para colgarla de la percha y sonrió satisfecho.



Su creación estaba lista para salir al mundo y destruirlo…

viernes, 14 de noviembre de 2014

Sobre el odio y el deseo





deseo-odio


Te he querido mucho, creo que lo sabes, pero ahora te odio... 


Me gustaría empujarte, literalmente, lejos de mí; pero temo que si te toco no pueda evitar abrazarte. Qué forma tan rara de odiar, es verdad, hasta yo tengo que reconocerlo.


Me pongo a jugar con los recuerdos escondidos entre los pliegues de nuestra historia y se me viene a la cabeza aquella vez que hicimos el amor mientras te odiaba también. ¡¡Ay, fue delicioso!!  


La pura verdad es que quería hacerte daño con mis retorcidos jueguecitos para cobrarme una deuda que solo la vida y las circunstancias habían contraído conmigo. Siempre he sido una mala mujer, para qué vamos a engañarnos. Pero tú, que eres mejor que yo y de puro nítido, transparente, no entendías ni mis artimañas de niña mimada ni mis motivos. Te limitabas a capear el temporal como podías, a tratar por todos los medios de no echar más leña a un fuego que tú no habías prendido y a sufrir muerto de preocupación por verme infeliz y furiosa.


Recuerdo como si hubiera sido ayer que aquella tarde, después de mi habitual exhibición de rebeldía y mala leche para recibirte, vino el llanto. Había bebido solo para molestarte y me sentía fatal, pero no tuve lo que hay que tener para aguantar, entera y valiente, el órdago que tontamente te había lanzado. 
 

Deberías de haberme dejado sola vomitando en el baño, me lo tenía más que merecido, pero siempre has considerado el amor un bálsamo milagroso que todo lo puede y tuviste que acercarte, tuviste que poner tus manos tibias en mi frente para intentar consolarme del malestar físico y emocional y tuviste que besar las palmas de mis manos con aquella dulzura tan tuya...


No sé cómo llegamos hasta la cama, pero recuerdo vívidamente tener que aceptar a disgusto el hecho inexplicable de desearte a pesar de todo. Y recuerdo también haber jugado a la ruleta rusa en mi cabeza para decidir si quería provocarte hasta que me hicieras el amor, cosa que tú sin duda considerarías indigna en aquellas circunstancias, o echarte de mi lado sin miramientos. 


Evidentemente elegí lo que consideré peor para los dos, destructiva como era, pero aún así no cambio por nada aquellas sensaciones que experimenté después… la respuesta volcánica de mi cuerpo cansado y aún así fiel aliado tuyo; la traición de mi vientre echándote de menos hasta la desesperación; las caricias que me imponías como un mal necesario para aplacar mi furia; el placer salvaje de tenerte dentro mientras clavaba en ti la mirada y las uñas; la sensación de someterte al mismo tiempo que te concedía la revancha en mi cuerpo por todo lo que te había hecho pasar.


 Toda aquella lucha terminó, ya lo sabes, con un orgasmo desmedido, como de otra dimensión, que me sacudió cada fibra nerviosa. Sí, fue delicioso y atroz a un tiempo. Después, escudada en la resaca y el dolor de cabeza, fingí que no recordaba nada. 


Pero no quiero pensar más en estas cosas que me hacen daño. He decidido hacer borrón y cuenta nueva: voy a odiarte sin ambigüedades esta vez… si es que soy capaz.

Julia C.

viernes, 7 de noviembre de 2014

Silencio, se ama!

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Las parejas se citan para “hablar”. Nosotros nos veíamos para “silenciar”. Así es como nos gustaba llamar al disfrute del silencio más ameno y pleno de significado que conocíamos…

A la hora de amar hay muchos juegos posibles, unos más ocurrentes que otros, y nosotros descubrimos el nuestro por casualidad. Consistía en que una vez traspasado el umbral de la puerta la ausencia de palabras sería nuestro lenguaje…

No era fácil encontrar un hotel que reuniera las condiciones necesarias. La discreción no era un requisito, eso no nos importaba porque los dos estábamos libres de compromiso, pero que fuera tranquilo y contara con habitaciones bien insonorizadas, eso sí era imprescindible. Las interferencias en ese aspecto podían echar a perder las horas preciosas que tanto nos costaba robarles a nuestras ajetreadas agendas. 

Quizá era eso lo que nos excitaba, el parón en el estrés y las prisas, el poder dejar a un lado los requerimientos a golpe de minutero de nuestros trabajos, abstraernos definitivamente del entorno y de tener que responder a mil cuestiones. Paz, sosiego, libertad y desinhibición, eso es lo que significaban para mí esos encuentros.

Nunca me he planteado si éramos “normales” o un par de locos de atar, y es que siempre me importó más disfrutar que la etiqueta que pudiéramos merecer.

Es así como aprendimos a disfrutar en plenitud del leve susurro de la ropa en su viaje hacia el suelo; de las respiraciones en creciente y sincera agitación; de los latidos enfebrecidos de deseo que martilleaban nuestros corazones; de la música que la saliva nos regalaba en cada beso; del rozar de las uñas arando con desespero la piel ruborizada por la agitación de los cuerpos; de la succión de los labios que nunca se cansan; de los jadeos y suspiros agradecidos, colmados; de nuestros sexos húmedos por convicción. La convicción de que nada hay más sensual y excitante que escuchar al cuerpo hablar de amor.

Realmente yo amaba aquel silencio lleno de preciosos sonidos y vacío de nuestra voz, pero las reglas están para respetarlas y él un día las transgredió. Con solo dos palabras que más bien parecían afiladas dagas, rompió para siempre la magia y selló el fin de nuestro acuerdo.

Sin pensar en las consecuencias dijo “te  quiero”... 

Julia C.

domingo, 2 de noviembre de 2014

Volver a ser yo

Olvidar-recomenzar



Deambulando, que no paseando. Desprendiéndome de hábitos y recuerdos como de las células muertas de la piel. A golpe de voluntad, con titánico esfuerzo. 


Ya lo decidí: hay cosas y personas que no necesito en mi vida, aunque la inercia haga que las ausencias me desgarren por dentro. Tengo que encontrar tantas respuestas… y tengo que dejar de buscarlas en el lodo del suelo. 


¿Y si fuera valiente, y si tuviera el tesón necesario para aprender a respirar a pleno pulmón de nuevo? Seguramente volverían los tiempos en que mi mirada era ilusionada inquilina de los azules del cielo.


Trato de borrar, de olvidar, de no perderme por siempre en los monótonos laberintos de una vida que no es vida, solo sueño. Trato de restar mermas y oscuridades para volver a ser luz, para volver a ser toda yo por entero.

(Foto extraída de internet)